En las tres primeras primarias que se han celebrado, Sanders venció con resultados muy modestos. En Iowa sacó el 26,5% de los votos del «caucus» pero en 2016, Hillary Clinton ganó allí con 49,8% y Sanders sacó el… 49,6. Es decir, este año tuvo un descalabro comparado con su campaña de 2016. Pero ganó. Nunca nadie había ganado en ese Estado con un porcentaje tan bajo. Y Sanders lo logró cortesía de la división de la opción moderada de su partido. Ya hemos mencionado anteriormente cómo en New Hampshire ha pasado algo parecido: se ha impuesto con el 25,7% de los votos emitidos. Pero hace cuatro años Sanders se impuso allí con el 60,1% de los sufragios. Y la que quedó segunda, Hillary Clinton, sacó doce puntos más que Sanders este año. Y también se puede argumentar que en Nevada no ha hecho un gran papel pese a vencer.
Hay que tener presente que en el complejo proceso de primarias demócratas se eligen 3.979 delegados que tienen su respaldo comprometido en favor de un candidato. Por lo tanto, para ganar la nominación en primera votación hacen falta 1.990 votos. Sin contar los 54 delegados adjudicados en las primarias de ayer en Carolina del Sur, Sanders tiene 45 delegados, Buttigieg 25, Biden 15… Este Supermartes se reparten 1.344 delegados en un solo día.
La división del voto moderado, que tanto ha ayudado hasta ahora a los sandernistas, puede acentuarse este martes por la irrupción de Mike Bloomberg. El voto de su sector ideológico se fracturará todavía más y ello puede permitir la victoria de Sanders en la mayoría de los estados a pesar de lograr cantidades relativamente pequeñas de votos. Pero lo que es seguro es que este Supermartes producirá una limpia de candidatos. En el sector moderado del partido habrá varios que no podrán seguir por falta de fondos. Esta amenaza pende sobre Biden, para quien era motivo de supervivencia el ganar con contundencia ayer en Carolina del Sur para poder llegar con oxígeno financiero a la cita del martes. Y desde ese día, la cuestión será quién planta cara a Sanders, si la campaña con fondos casi inagotables de Bloomberg o una más fundada en las bases del partido como la de Biden o Buttigieg. Y, mientras tanto, el hombre más feliz de la fiesta es Donald Trump que ve cómo los demócratas se debilitan en esta lucha fratricida en la que puede imponerse el candidato más radical, el caudillo de los sandernistas.