A lo largo de todo el día, se sucedieron una veintena de manifestaciones, en París y las grandes capitales de provincias. Prueba de fuerza fallida. En toda Francia (67 millones de habitantes) apenas hubo varias decenas de millares de manifestantes. Sin incidentes mayores. La «gran» manifestación de París apenas contó con unos 20.000 participantes: una de las manifestaciones más insignificantes de la historia del sindicalismo francés reciente.
Tras la fallida la movilización sindical callejera siguió una esperpéntica sesión parlamentaria de más de seis horas en la Asamblea Nacional (AN), donde se discutieron a cara de perro dos mociones de censura, presentadas por Los Republicanos (derecha tradicional) y una frágil coalición de izquierdas, PS, PCF y LFI (La Francia Insumisa) que no se entienden fuera de ella.
Antes siquiera de comenzar los debates, Marine Le Pen, presidenta de Agrupación Nacional (AN, extrema derecha), abrió el fuego «dialéctico» en estos términos: «El proyecto de reforma de las pensiones de la derecha es todavía peor que el proyecto de Macron». Le Pen votó la moción de censura de la izquierda, pero no votó la moción de censura de la derecha.
Tras Le Pen, Jean-Luc Mélenchon, presidente de La Francia Insumisa (LFI, extrema izquierda populista), se embarcó en un discurso «épico» al frente de varios centenares de manifestantes que metían fuego a varios contenedores de basuras a las puertas de la AN: «Terminaremos consiguiendo la retirada de esta maldita Ley. Macron no comprende la capacidad de resistencia del pueblo francés». Pura ilusión retórica.
Defendiendo las posiciones conservadoras, Damien Abad, en nombre de Los Republicanos (LR, derecha tradicional), arremetió sin mucho énfasis contra el «amateurismo y cinismo» de Macron. En nombre de las izquierdas, André Chassaigne (PCF) sentenció: «Este decretazo es un desastre democrático».
Acosados a gritos
Llegado el turno a las «tropas macronianas», Jennifer de Temmerman, disidente del La República En Marcha (LREM, el partido de Macron) sentenció: «Este debate causa un daño terrible al debate democrático». En nombre de la mayoría parlamentaria, Patrick Mignola añadiría: «Deben ustedes asumir que hicieron lo imposible para paralizar cualquier discusión parlamentaria». Acosado a gritos y chillidos por la oposición, Gilles Le Gendre, portavoz oficial de LREM, defendió el proyecto gubernamental en estos términos: «Esta histórica reforma merecía un gran debate democrático. Pero la oposición se ha negado a discutir. Ha preferido hacer todo lo posible para obstaculizar cualquier posibilidad de debate. Era imprescindible utilizar las instituciones para seguir reformando».
Terminó el debate Édouard Philippe, primer ministro, en estos términos: «Lo hemos intentado todo, el diálogo, la concertación. Hemos conseguido resultados… nos parecía y parece que Francia necesitaba una gran reforma. La táctica de la obstrucción es «legal» pero no está al servicio del honor de la democracia parlamentaria. El artículo 49.3 ha sido utilizado en 88 ocasiones por todos mis predecesores en la historia de la V República». Durante 58 minutos, Philippe intentó justificar una «reforma histórica», convertida, de entrada, en campo de minas políticas.
Llegado el momento del voto, las mociones de censura fueron rechazadas, con un costo político duro para el presidente, su gobierno y las oposiciones de izquierda y derecha. Según el semanario Paris Match, un 66% de los franceses desaprueban la manera de gobernar de Macron, que solo es aprobada por un 33 %. A título personal, Macron es juzgado de manera mucho más severa: un 70 % de los franceses tienen mala opinión de su presidente.