Nadie dice sin embargo que los controles sobre la gestión de los fondos europeos son tan complicados que hasta un tercio de ellos no se han podido gastar. Estos días en Bruselas las negociaciones del presupuesto de 2021-2027 son un puzle sin solución. Hay datos objetivos que explican la previsible rebaja de los ingresos: la salida del Reino Unido, la desconfianza hacia algunos países del Este, el deseo alemán de barrer para casa y orientar presupuesto hacia «proyectos de futuro», léase germanos, y la rebelión insolidaria de algunos países pequeños y muy prósperos.
El crecimiento desde 2014 acerca a España cada vez más a la posición de contribuyentes netos. Un factor más preocupante es que desde la crisis del euro nuestros gobiernos van a remolque y no se distinguen por hacer propuestas y tomar la iniciativa para fortalecer una UE deshilachada. El actual Ejecutivo mira hacia adentro y tiene que lidiar con sus aliados políticos que cuestionan el modelo de democracia liberal, es decir, los cimientos mismos de la idea de Europa. Ya no existe un tándem franco-alemán al que apuntarse a cambio de compensaciones.
La pelea hasta cerrar el reparto se prevé difícil y dura y de resultados imprevisibles. La Eurozona, por otro lado, aún carece de un instrumento propio de política fiscal con el que compensar los efectos asimétricos de la política monetaria. El presupuesto europeo será una oportunidad perdida. Se quedará en torno al 1% del PIB de los 27 socios y no cumplirá la función de añadir credibilidad al rediseño inacabado del euro.