Hay calma porque el Gobierno conservador de Mitsotakis, que se comprometió formalmente a proteger la soberanía del país, no solo ha aumentado la presencia del ejército y de la policía en la frontera y las islas más cercanas a Turquía, junto con los guardacostas que patrullan incesantemente, sino que ha prohibido desde el dia 2, con una orden NAVTEX, la circulación de cualquier embarcación en 18 zonas marítimas alrededor de las islas de Lesbos, Jíos y Samos. La orden proviene de los servicios de la Armada griega y solo permite navegar en dichas aguas a los barcos de la marina y de los servicios de guardacostas griegos, a las fuerzas de Frontex y de la OTAN y a las embarcaciones con actividad comercial, como los ferries que comunican a las islas con el resto del país. Esto hace que no pueden navegar, en principio hasta el 12 de Marzo, ninguna embarcación de recreo, de turistas, de ONGs y hace más fácil el detectar cualquier movimiento sospechoso en el mar. Una medida práctica adoptada por el Gobierno que tranquiliza a los griegos y sobre todo a quienes viven cerca de la frontera y en las islas más afectadas por estas llegadas irregulares. Ademas los medios transmiten a diario la información gubernamental: esta mañana se informó de que desde las 6 de la mañana del jueves hasta las 6 de la mañana de hoy viernes en la zona fronteriza cerca del río Evros, que divide Grecia de Turquía, se han arrestado a 8 personas (7 de Afganistán y 1 de Siria), las autoridades impidieron 2.867 intentos de entrar ilegalmente en el país.
«Que se vayan todos»
También en el puerto de Mitilini se puede ver el buque porta tanque «Rodos» que continúa anclado en el puerto: cada poco tiempo entran en él grupos de personas, formado por gente que ha llegado a la isla después del 1 de marzo. Estan siendo ya identificados y registrados por la policía (se calcula que son más de 500 personas en total) y luego son trasladados al buque. No podrán solicitar asilo y serán expulsados próximamente, tras viajar dentro de uno o dos días (nadie sabe cuándo exactamente) a un puerto del centro de Grecia y posteriormente a un centro especial en la provincia de Serres.
Pero esta medida no tranquiliza a nadie: existe la creciente sospecha de que en la isla (y en otras más cercanas) el problema de la inmigración ilegal va a ser perpetuo. En la puerta del edificio neoclásico de la Región del Norte del Egeo (que en griego se denomina periferia) un enorme cartel recibe a los visitantes que llegan desde la carretera del aeropuerto: «Queremos que nos devuelvan nuestras islas, queremos que nos devuelvan nuestras vidas». A ello no es ajeno el responsable de esta región, Kostas Mutzúris, un carismático ingeniero nacido en Lesbos que llegó a ser profesor y después rector de la Universidad Politécnica de Atenas. Fue elegido responsable de esta región en las elecciones locales del 2 de junio del año pasado y desde su campaña electoral anunciaba que luchaba por mejorar la vida de las islas y sus puertos (su especialidad en ingeniería), así como conseguir gestionar mejor el tema de la inmigración «y no distorsionar la composición de las poblaciones y su religión».
El tema en su edificio fue utilizado en las manifestaciones convocadas en enero, en la que se mostraban también barcas con personas. Muchos de sus adversarios consideraron que era inaceptable que se explotara la figura de estas personas, que son víctimas y «no a los perpetradores y responsables de su encarcelamiento masivo en nuestras islas». Moutzouris se enfrentó frontalmente al primer ministro y a la programación del tema migratorio: según la nueva ley aprobada en el Parlamento, teóricamente con nuevos o reformados centros en las cinco islas donde llegan los inmigrantes se les acogerá y en un tiempo récord (cuatro meses comparado con el año o más en muchos casos ahora) se estudiará su solicitud de asilo y de ser conseguida abandonarían la isla hacia otras partes de Grecia. De no recibir asilo, serían expulsados del país (lo que supondría que serán deportados a Turquía).
Todos recuerdan los enfrentamientos violentísimos entre las fuerzas antidisturbios de la policía y los habitantes locales hace unos días cuando llegaron las máquinas y las grúas destinadas a las obras del nuevo centro de Lesbos. Finalmente el Gobierno retiró tanto a los antidisturbios como a la maquinaria. Después hubo enfrentamientos entre población local y inmigrantes y muchas manifestaciones. Ahora… silencio, lo que quiere decir que muchos locales piensan que han ganado la batalla y se acabaran yendo todos, mientras que otros atacan a las ONGs como causantes de la situación, como espías o colaboradores de potencias extranjeras enemigas de Grecia, o como personas que de forma inocente (la palabra «solidaridad» para ellos es peyorativa) ayudan a que esta situación se eternice.
Desconfianza
Yorgos, un taxista algo cínico lo resume: «¿Vd. se cree que nos harán un nuevo centro con la que se montó? A ver si cierran el actual y se van todos». Otros muchos habitantes de la isla reconocen que la isla ha cambiado totalmente, primero por la crisis y después por esta invasión de gente desesperada. «Siempre hubo inmigrantes, pero eran pocos y desaparecían. Ahora se quedan y los tenemos hasta en la sopa y nos dan miedo». Lo dice la dependienta de una panadería en la parte más comercial de la ciudad, la calle Hermes, que no me dice su nombre. Ella no ha sufrido ataque alguno ni le han intentado robar, pero esos grupos de chicos jóvenes, en su mayoría afganos, sirios o pakistaníes, le inspiran desconfianza. También reconoce a regañadientes que el que haya más gente de fuera en la isla supone un aumento de trabajo (y de ganancias) para todos: hoteles, comercios, transporte marítimo y aéreo, alquileres de casa y apartamentos… lejos han quedado la temporada turística de solo 3 meses y la comunicación marítima con solo dos barcos por semana: ahora hay al menos dos al día.