Ante esta decisión de Sophie –materializada en el radicalismo de Bernie Sanders y el gradualismo de Joe Biden– hay que recordar que un tema recurrente en la historia de Estados Unidos ha sido siempre el papel de lo público frente a lo privado. Y cuando a ese lado del Atlántico hablan obsesivamente de impuestos, en realidad están hablando del tamaño de lo estatal. Hasta alcanzar cotas de nihilismo burocrático que plantean contradicciones difíciles de encajar para la primera economía del mundo como el hacer frente a la rampante epidemia de coronavirus sin un sistema público de salud.
A través de su increíble comeback, Biden ha logrado resucitar su agonizante candidatura en cuestión de tres días y vertebrar una alternativa moderada frente a un «Jeremy» Sanders escorado en esa izquierda que no concibe problema que no pueda solucionarse con más gasto público. Con todo, el principal problema del vicepresidente de Obama sigue siendo un micrófono. El hombre es un bocazas, entre hiperbólico y rarito, pero también es el rival que más preocupa a Trump.
En definitiva, lo que empezó bastante mal en Iowa para el Partido Demócrata empezaría a enderezarse. Hasta el multimillonario Mike Bloomberg ha finiquitado su costoso capricho con un mensaje muy positivo para la democracia. No siempre se cumple que para ser presidente de Estados Unidos hagan falta tres cosas: dinero, dinero y dinero.