El exvicepresidente con Barack Obama lo celebró en un escenario también puramente americano, una cancha de baloncesto de barrio en Los Ángeles, con la brisa californiana moviéndole las canas. «Decían que en el Supermartes quizá la campaña se habría acabado para mí», dijo con una amplia sonrisa. Y era verdad: 96 horas antes, muchos le daban por muerto. «¡Pues igual se ha acabado para el otro!», gritó enérgico, en una referencia velada a su contrincante, el izquierdista Bernie Sanders.
Biden exageraba, quizá afectado por la euforia de una jornada sorprendente e inmejorable para él. Sanders, que apunta a una importante victoria en California, donde el recuento tardará días, no está derrotado. Pero, sin duda, el Supermartes ha dado un vuelco a la dinámica de las primarias: Sanders contaba con salir impulsado hacia la nominación y la recuperación de Biden supone ahora una batalla cuerpo a cuerpo entre ambos candidatos y con el favoritismo del lado del exvicepresidente. El veterano senador se conformó con el premio gordo de la noche –California– y victorias en Vermont, Colorado y Utah.
Hasta el sábado por la noche, Biden no había ganado ninguno de los tres estados que se disputaron en primarias. Su mejor resultado había sido un segundo puesto en Nevada. Aquella noche ganó con contundencia en Carolina del Sur, y en el Supermartes se impuso en diez estados de los catorce en disputa (el último Maine, caía anoche de su lado).
Arrasó en el Sur, con victorias decisivas en estados clave como Virginia y Carolina del Norte. Arrebató primarias que Sanders había ganado con suficiencia en 2016, como Minnesota. Ganó en estados donde ni siquiera había puesto el pie en campaña –sus arcas estaban agotadas–, como Oklahoma. Doblegó a Elizabeth Warren –una candidata que se queda sin opciones tras un desastroso Supermartes– en su propio estado, Massachusetts. Y en Texas, el segundo estado más importante en delegados este martes, se impuso por sorpresa a Sanders a pesar del dominio del izquierdista en el voto hispano.
El resultado es que Biden borró en un día la ventaja de delegados que le sacaba Sanders y que apuntaba a ampliar en el Supermartes. A falta de que acaben los recuentos, el exvicepresidente saldrá de la cita con ventaja en delegados.
Dos claves explican la remontada de Biden: la lealtad de la minoría negra y el toque de filas del «establishment» demócrata. Ambos convergieron en la victoria el sábado en Carolina del Sur, el germen del vuelco del Supermartes. La adhesión de James Clyburn –el legislador negro de más peso en el Congreso– fue el espaldarazo para un electorado que no olvida la dupla que Biden hizo con Obama (y Biden se lo recuerda cada vez que puede: en un anuncio de radio escuchado en Los Ángeles en la víspera, el exvicepresidente mencionaba a Obama diez veces en 30 segundos). El triunfo arrollador en Carolina del Sur no fue un espejismo y se replicó en los votantes negros del Supermartes (el 58% le apoyó). «Es un candidato que seguirá el legado de Obama», resumía Meredith Thomas-Johnson, seguidora de Biden, en una idea que marcará el resto de las primarias.
Es innegable que el Supermartes hubiera sido muy distinto sin la desbandada de candidatos moderados de los últimos tres días. Tras Carolina del Sur, abandonaron Pete Buttigieg y Amy Klobuchar, dos rivales que disputaban el mismo electorado que Biden. Ayer tiraba la toalla Michael Bloomberg, cuya inversión millonaria no le ha servido para nada. Los tres le dieron su adhesión, al igual que hicieron decenas de pesos pesados demócratas en las horas previas a la cita electoral, en una marea de apoyo que dejaba claro quién es el candidato del partido.
No lo es Bernie Sanders, que ha atacado en los últimos días al «establishment» que trata de frenarle, y no le falta razón. Las primarias han pasado por el alambique y han quedado en una lucha entre las dos almas del partido: la izquierda populista de Sanders y el «establishment» moderado de Biden.